Ya hace 31 años fue derrocado el gobierno de la Unidad Popular, encabezado por Salvador Allende y sigue siendo tema de discusión todo lo relacionado a su obra, alabada por muchos, repudiada por otros tantos. Pero para salir Allende debía existir todo un proceso de campañas y elecciones, que lo llevaría, luego de muchos intentos, a La Moneda.
En septiembre de 1970, Salvador Allende hizo posible el sueño de toda su vida: ser presidente de Chile. Y así él lo admitía. “Hace treinta años que tengo antojo de ser presidente”, dijo en 1964 en una entrevista, cuando también fue candidato a la presidencia. Allende había sido candidato tres veces antes, dos de las cuales había perdido por lejos. Incluso se pensó en no presentarlo para esas elecciones, pero una vez más el hombre se impuso a los de su partido.
Algunos meses antes empezó la campaña del cuatro veces candidato. Uno de sus contrincantes era el ex presidente y muy respetable Jorge Alessandri Rodríguez, que aunque era el candidato de la Derecha, él prefería que no lo tildaran de conservador o derechista. Prefería que dijeran que era un obsesionado por la eficacia y la exactitud y en la campaña destacan sus rasgos de austeridad y sus 78 años de edad se le notaban. Era representado por sus adversarios como un hombre que representaba el revanchismo de los sectores empresariales. El otro contrincante era Radomiro Tomic, abanderado de la DC. Su slogan era “ni un paso atrás” en las “conquistas” logradas por Frei. También advertía “si usted quiere un amanecer tranquilo el día 5, vote por Tomic”. Sostenía que su nombre trataba de unir a los chilenos y no dividirlos en grupos irreconciliables. De ganar Alessandri, al paralizarse el proceso de cambios iniciado por Frei, aumentaría el extremismo de la izquierda. Si vencía Allende, pronto lo sobrepasaron sus ultras, los que forzaron a apurar el paso revolucionario.
Al final salió Allende, aunque con fórceps. Obtuvo el 36,3% de los votos y Alessandri y Tomic, el 34,9 y 27,8% respectivamente. Pero eso no era lo suficiente para ganar la elección, según las reglas y claramente se notaba que dos de cada tres chilenos se oponían al marxismo y creían en la democracia. Según la ley, en el caso de que un candidato no tuviera la mitad más uno de los votos, el Congreso Pleno debía elegir entre las dos primeras mayorías, en este caso Allende y Alessandri. Ambos, ante los 50 senadores y 150 diputados de la cámara, se presentaban en iguales condiciones.
La DC, durante la campaña electoral había propuesto crear una segunda vuelta, como en Francia. De este modo, el Presidente elegido representaría a las grandes mayorías. Sin embargo, ni los partidarios de Alessandri ni los de Allende aceptaron la iniciativa. Ahora el congreso debía elegir: O Salvador Allende, marxista y revolucionario, que tenía la primera mayoría o Jorge Alessandri, totalmente opuesto a Allende, con ideas conservadoras y perfeccionistas. Era tradición en el congreso elegir al que tuviera la primera mayoría, sin embargo, en este caso el pueblo en su mayoría se resistía al marxismo, lo que se reflejaba en los votos divididos entre Tomic y Alessandri. Pero la decisión debía tomarse.
Pero ahora venía lo dramático del tema. Los que apoyaron a Alessandri argumentaron: “Es cierto que hay esa tradición, pero fue entre candidatos democráticos; ahora es abrirle las puertas de La Moneda al marxismo obstante ser una minoría”. Y tenían mucha razón.
En el Congreso Pleno, Allende era también minoría. Contaba tan sólo con 78 parlamentarios, una suma que daba risa. Si Allende aspiraba a ser presidente debía chuparle las medias a los de la DC, que en ese entonces eran más conservadores. Fue así que tuvo que rebajarse a dar explicaciones, desagraviar y olvidar la enconada campaña electoral. No sería fácil quitar de encima comentarios como el de Luis Corvalán, Secretario General del PC, que lanzaba comentarios como “con Tomic ni a Misa” a diestra y siniestra o las críticas del PS, que afirmaba que “El imperialismo juega dos cartas en esta elección: Alessandri y Tomic”.
Los alessandristas propusieron que se eligiera a Alessandri y que luego él renunciara, pero tanto la DC como la izquierda se opusieron, y el mismo Tomic dijo: “No se puede salvar la democracia destruyendo al país. De aquí en adelante, las elecciones serían componendas”. Benjamín Prado, el presidente de la DC, expresó: “Negarle la posibilidad de asumir a Allende sería como haberle dicho al 36 por ciento del electorado: ustedes tienen derecho a participar en las elecciones, pero no pueden ganar. Nosotros perdimos el Poder y lo volveremos a tener, mientras seamos capaces de ganar limpiamente”. Quién pensaría tiempo después que los demócrata cristianos se arrepentirán de haberse negado a la petición de la Derecha. Si bien no se puede salvar la democracia destruyendo al país, también es cierto que conviene hacer trampa que destruir el país y además destruir la democracia, porque el gobierno ilegítimo de Allende se convirtió en una verdadera opresión, no sólo a los sectores más altos como en un principio se suponía, sino que también los sectores más bajos de la sociedad empezaron a sufrir el mal manejo de Allende,que por cierto tenía claro que Chile ya no daba abasto en la desesperación. La democracia fue cambiada por la dictadura, no la de Pinochet, que sería un alivio para el país en cuanto a economía y bienes, sino que la de la UP, que quería transformar a Chile en la nueva Cuba.
Los demócratas cristianos tenían claro que Allende sería un mal para el país, pero por hacer lo “políticamente correcto”, dejaron que el país cayera al abismo del marxismo. ¿Quién podría garantizar que no ocurriera lo mismo que sucediese con Fidel Castro, que en Sierra Maestra se proclamaba demócrata, católico y devoto de la Virgen?
Finalmente la DC acordó que sus parlamentarios le dieran el voto a Allende, como era de suponer, pero una serie de garantías eran exigidas; en resumen debía respetar la constitución, la libre expresión y partidos políticos existentes o que se fueran a crear. También se obligaba a Allende a respetar las Fuerzas Armadas y Carabineros como encargados del orden público y se prohibía la creación de milicias populares. Las fuerzas de orden público tendrían plena libertad para designar a sus subordinados y la educación estaría desligada de cualquier tendencia ideológica. Debería existir el derecho de libre asociación y reunión, que sólo estaría regulado por la ley.
153 votos obtuvo Allende en el Congreso pleno, 35 Alessandri y siete blancos. “¿Juráis o prometéis desempeñar fielmente el cargo de Presidente de la República, conservar la integridad e independencia de la Nación y guardar y hacer guardar la constitución y las leyes?, le preguntó el Presidente del Senado, Tomás Pablo. “Sí, prometo”, respondió Allende. Sólo mentiras, pero Allende necesitaba mentir para llegar al poder y así instaurar el gobierno revolucionario y durante su gobierno, aquellos que decidieron apoyarlo, intuyendo las consecuencias, se dieron cuenta que no había vuelta atrás, ya la politiquería de algunos había llevado a la Patria al abismo.
Hoy se recuerda a Salvador Allende como un héroe, pero lo que hizo fue sumir a Chile, aún jurando lo contrario, en las tinieblas de la depresión económica, social y moral, despertando un odio profundo entre las distintas clases sociales y haciendo creer a la gente más humilde que mediante la lucha de clases se conseguiría la igualdad, mientras él gozaba en su residencia de Tomás Moro viendo como Chile se derrumbaba y se convertía en una sombra de Cuba. La verdad, no cumplió nada de lo que se le hizo prometer y la DC se equivocó al pensar que si dejaban a Allende actuar mantendrían la democracia en el país.
No basta sólo el antojo para dirigir a un país: Se requiere sentido de patria, pero por sobre todo, saber hacer lo que es moral y no sólo lo políticamente correcto.